Por la mañana, y con no más de dos o tres horas de sueño, me registré en el hotel y salí disparado para conseguir el programa del festival. Me acerqué directamente al shopping Los Gallegos confiando que en el Cinema venderían entradas para las demás salas. Así era nomás, con la sola excepción del Auditorium (la tan mentada sala Astor Piazzolla) y el Colón. La guía de programación de la semana junto con el diario del festival estaba a disposición en un stand del lugar para quien lo requiriera.
El lindo cartel que armaron para el festival estaba pegado al Auditorium |
Mientras esperaba la llegada de unas amigas para almorzar empecé el tortuoso proceso de estudiar qué es lo que se proyectaba y, aún más complicado todavía, cómo lograr combinar los horarios. Esta tarea me resultó una odisea a lo largo de toda la semana provocando lo inevitable: que me perdiera de ver varios títulos que tenía anotados desde que salí de Buenos Aires. Comparé notas con las chicas, que para ese entonces me habían encontrado en el patio de comidas del shopping, y sucedió otra obviedad largamente anticipada: no coincidimos ni por asomo en las películas que nos interesaban. Nos despedimos dispuestos a internarnos durante el resto del domingo en nuestros respectivos programas. La espera llegaba a su fin... ¡it's showtime!
La indispensable guía de programación (¿el que se asoma es Quique o Tony?) |
Una de las secciones a contemplar con especial atención era el Tributo a Alex Cox. El realizador inglés con el transcurrir de las jornadas se convertiría en un Droopy redivivo apareciendo en presentaciones propias pero también ajenas aunque más no sea en calidad de espectador -estuvo presente en la función de The Movie Orgy, el ¿documental? de cuatro horas y media de Joe Dante, a la que asistí-. Eso sí: siempre con una sonrisa a flor de labios, un léxico bastante florido en español y un entusiasmo desbordante por el cine. Como si no fuera suficiente con el homenaje el Festival presentó un libro de Cox sobre el spaghetti western que no pude menos que adquirir teniendo en cuenta que estoy comprando las colecciones editadas en DVD por AVH (ya van por la tercera y, se supone, última). 10.000 formas de morir: la visión de un director sobre el spaghetti western es un texto que analiza e informa con el estilo apasionado habitual en Cox las películas que, en su modesto parecer, han dejado alguna huella en el género. Un muy sólido trabajo traducido por Nicanor Loreti -antiguo colaborador de la revista La Cosa- y prologado por Fernando Martín Peña. Desde ya que no comparto todo lo que pregona el amigo inglés pero es normal: no se puede coincidir en todo...
Excelente el dibujo de portada de Lucas Accardo |
Además de proyectar buena parte de la filmografía de Cox el festival anexó en su honor al Tributo una rareza como el spaghetti western profeminista Il mio corpo per un poker (1968). El mismo Alex se hizo cargo de una breve disertación preliminar para poner en situación a la platea sobre el único filme del oeste que dirigió la signora Lina Wertmüller (con el seudónimo de Nathan Wich). Por lo que contó el amigo británico Il mio corpo per un poker fue mucho más conocida con el título de Belle Starr o The Belle Starr Story y es un film prácticamente imposible de rastrear en el mundo: jamás se editó en DVD y las versiones en VHS son casi ilocalizables. Por una extraña casualidad un coleccionista argentino tenía en su poder una copia en 35 mm. que cedió al festival para su difusión. Cox agradeció a los programadores por el aporte ya que ni siquiera él, con todo el fanatismo que ha demostrado por el género, había conseguido visionarla hasta hace poco. Il mio corpo per un poker es uno de los muchos spaghetti western que ha diseccionado Cox en su libro. Tras aclarar que la copia estaba hecha jirones pero que aún así valía la pena la experiencia se escuchó de fondo un rumor de comentarios fastidiosos: a nadie le gusta pagar una entrada para encontrarse con una proyección deficiente. Como diría Guille F.: "-A comerlaaaaaaaaaaa..."
Carátula danesa de la edición en VHS del spaghetti western de Lina Wertmüller |
Además de ser el único spaghetti western que ha dirigido una mujer hay otro aserto irrefutable: nunca se vio en el género una protagonista tan sexy, bella y elegante como la despampanante Elsa Martinelli (una ex modelo volcada a la actuación) aunque para ser justos la Raquel Welch de Hannie Caulder (1971) supongo que no se queda atrás. El vestuario de cuero que le diseñó Herta Swartz Scavolini a Elsa se ajusta como un guante a su cuerpo cimbreante. Es trágico que no pueda ser mejor apreciado en DVD o Blu-Ray con un proceso de remasterización como Dios manda. Pese a los colores desvaídos de la copia exhibida el look de la Martinelli se disfruta con todo. ¿Y la peli? ¿Qué tal? Bueno, poniéndola en contexto hay que admitir que está razonablemente bien. No tanto por la acción sino por la magnífica química existente entre Elsa y Giorgio Montefiori (tcc George Eastman). La historia es la de una bad girl que ha caído en la delincuencia luego de sobrevivir a un par de encuentros violentos con hombres que pretendían mancillar su honor. El título original italiano se anticipó a la temática de varias películas porno de los 70's con chicas que apuestan contra los hombres por una prenda de ropa o, en el más extremo de los casos, como sucede aquí, directamente por sexo.
Otra carátula europea de esta película de culto que se proyectó en el festival |
Como en todo spaghetti western clásico se pueden enumerar una serie de puntos: la presencia de flashbacks para explicar el origen del conflicto que arrastra a la heroína al "lado oscuro", la infaltable escena de tortura a la que Cox le encuentra un dejo homoerótico, la acumulación de personajes desagradables o siniestros (ni siquiera los protagonistas se salvan: el personaje de Elsa no es precisamente edificante) y una estética "sucia" que el western yanqui nunca se hubiera atrevido a utilizar... Según rumores Il mio corpo per un poker inició su rodaje con el coguionista Piero Cristofani sentado en la silla del director pero fue echado apenas una semana después. Lo cierto es que gracias a eso una joven Lina Wertmüller entró al proyecto e hizo un trabajo elogiable en el cual ya se anticipaban algunas de sus obsesiones temáticas. Para inaugurar mi primer día en el festival fue una experiencia atípica pero no me arrepiento de haber estado allí. Y por los comentarios post película que llegaron a mis oídos tampoco lo pasaron nada mal unos cuantos de los asistentes al cine Del Paseo 2.
La boletería del complejo Del Paseo trabajando a full |
Más de cuatro horas después volvería a cruzarme con Cox en la previa de su película El patrullero (Highway Patrolman, 1991), inédita en nuestro país como la mayoría de su obra. Más abajo pueden apreciar en un video de dos partes la introducción de Cox que casi siempre estuvo acompañado por el programador Pablo Conde. Integramente rodada en México y hablada en español de punta a punta, El patrullero quizás sea más convencional que otros opus del realizador de Walker pero dramáticamente no tengo dudas de que es superior a varios de ellos. La trama está ambientada en una zona fronteriza en la que un joven policía recién graduado (impresionante interpretación de Roberto Sosa) con el correr de los meses va claudicando en sus ideales vencido por un sistema corrupto y jaqueado por los peligros de una carretera propicia a los accidentes y la violencia derivada del narcotráfico. Hay un crescendo tremendo en la historia de Pedro, ese apenas poco más que un muchacho con el que uno no puede menos que identificarse. Más allá de los modismos típicos del país en que está filmada Cox propone un relato seco, violento y crítico con las instituciones de una lucidez absoluta. El guión es perfecto pero la mirada del director, no olvidemos que juega de visitante por su condición de extranjero, retrata como pocos un estado de cosas que sólo genera angustia y dolor en aquellos que todavía creen en el sistema de justicia y esa palabrita tan en desuso: honestidad.
El Patrullero, gran película de Alex Cox |
Ni bien concluyó Il mio corpo per un poker me fui volando al Ambassador para la proyección de una película francesa de Henri-Georges Clouzot (el de Las diabólicas y El salario del miedo) rodada en 1947. ¿Por qué mi afición por estos títulos retros? Lo ignoro, me atrajo el nombre del director y eso es todo lo que puedo argumentar de momento. Crimen en París (Quai des orfèvres) es un policial de intriga, un whodunit con toques de sensualidad, altas y bajas pasiones y un recio -aunque no desamorado- inspector interpretado por Louis Jouvet que con su raciocinio y conocimiento de la conducta humana logra encontrar al culpable del asesinato por el que están sospechados los jóvenes protagonistas. Estos últimos pertenecen al mundillo del teatro musical: una casquivana cantante/bailarina que hace enloquecer de celos a su marido que se desempeña como pianista de la obra en la que ambos trabajan. Hay una tercera en discordia: la entrañable amiga del músico que lo ama en secreto y por el que está dispuesta a mentir ante las autoridades con tal de salvarlo.
El policial Crimen en París se proyectó en 16 mm. |
La película se vio en un pequeño cuadrado de la pantalla porque la copia disponible era en 16 mm., dividida en tres rollos de unos 35 minutos cada uno. Los subtítulos en español venían incrustados directamente sobre la imagen con una particularidad que me hizo recordar un serio defecto con el que la empresa de video Transeuropa nos castigaba sistemáticamente en los 80's: traducir una mínima parte de los textos que dicen los actores. Así, uno escuchaba largas parrafadas de diálogos cuya traducción no llegaba nunca. La idea, me imagino, era reflejar el ADN básico de la escena pero como espectador uno no se siente muy respetado con esta clase de decisiones. De todas formas hablamos de un filme de más de sesenta años que se nos dio la chance de apreciar en fílmico y en condiciones más que aceptables cabría agregar.
Ya desde el afiche se observa la audacia de Clouzot |
Me causó asombro la audacia denotada en una obra tan antigua: el vestuario y la actitud constantemente provocativa de la actriz Suzy Delair hubiese sido desterrado de la faz de la tierra en un país como los Estados Unidos donde el código Hays de censura cinematográfica causó estragos a lo largo de más de tres décadas. En ese sentido Crimen en París se palpita como una película moderna que no pierde el tiempo con alusiones crípticas para hacer llegar su mensaje. Es en otros aspectos como el tono y el ritmo general que debe adoptar un policial donde quizás se encuentren las debilidades de Clouzot. Pero admito que es difícil hacerle justicia con una mirada actual: hoy día un thriller tan denso haría huir a las masas de la sala.
Entrada del plato fuerte del Festival: la japonesa Guilty of romance |
Como ya me pasara en el 2005 la película que mayor impresión me dejó la vi en mi primer día en Mar del Plata. Aquella vez fue la surcoreana Oldboy: cinco días para vengarse y ahora la obra maestra japonesa de Sion Sono Guilty of romance. No es para nada casual el origen de ambas: la calidad del cine oriental me sorprende cada día un poco más. Sion Sono es un prolífico autor/director bien conocido por los habitués a los festivales. De toda su producción sólo la delirante El club de los suicidas tuvo una mínima difusión comercial en salas argentas. A quienes les despierte cierta curiosidad este talentoso y desvergonzado realizador nipón les aviso que El club... está editada en DVD en zona 4 por el sello SBP a muy buen precio. Guilty of romance (Koi no tsumi, 2011) propone una fortísima historia en la que una joven esposa que es el fruto natural de la conservadora idiosincracia japonesa se revela a su limitado rol de acompañante sumisa del hombre para disfrutar de sus propios deseos (en especial, carnales) lo que la lleva primero a participar de la filmación de películas porno y luego a convertirse en prostituta. Claro que a la manera de China Blue, la hooker de doble vida que encarnara magistralmente Kathleen Turner en la Crímenes de pasión de Ken Russell (QEPD). Por la mañana Izumi es una esposa correctísima, amorosa y obediente. Ni bien su marido escritor abandona la casa para ir al estudio donde pasa largas horas escribiendo plomíferas novelas, la exuberante señora se embarca en unas aventuras sexuales con una energía tal que deja pasmados a sus ocasionales amantes. Esta trama se va desarrollando con algunos saltos temporales bastante disimulados en los que se integra una subtrama policial con la aparición de unos cadáveres en la zona de los hoteles alojamientos donde suelen pasar sus noches las chicas que viven del oficio más antiguo del mundo. Como es costumbre en este director hay cambios de tono abruptos, un humor negrísimo terriblemente festivo y un desquicio genial en escenas pletóricas de violencia y sexualidad que perdurarán en el recuerdo de quienes tengan la dicha de poder verla. La furibunda construcción sonora y el elaboradísimo montaje fueron diseñados para impactar los sentidos del espectador: cada nueva secuencia supera en perturbación a la anterior hasta llegar a un final nada complaciente que te deja agotado pero largamente saciado como espectador. Lo que se dice un plato fuerte. De Sono también vi su otra producción de 2011, Himizu, que me generó sensaciones menos positivas. Pero ese comentario vendrá en un post más adelante.
"Love is hell", el genial slogan de la peli japonesa... |
Tras concluir las dos horas veinte de proyección de Guilty of romance en la segunda función noche del domingo di por cerrado mi día 1 en Mar del Plata.
Gracias por lo de "Excelente dibujo de portada"... abrazo.
ResponderEliminarMás que merecido el elogio, Lucas. Abrazo!
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