Si bien el propósito de este post es recomendar
calurosamente un trabajo documental de excepción como lo es Jodorowsky’s Dune,
antes de entrar en tema voy a permitirme una breve introducción que empieza con
un flashback de tres décadas.
Concordia, 1985. Por ese entonces contaba con 13 años y el cine venía siendo mi principal interés desde que ingresara al colegio secundario. Cuando pegué el estirón y logré independencia de los adultos para ingresar a las salas mi vida dio un salto de calidad notable. De pronto tenía acceso a un mundo de magia y ensueño que le ponía un poco de color a una etapa personal que en otros aspectos no era precisamente la más feliz. Igualmente nada de esto hubiese sido posible de no existir –a diferencia de los años de plomo- cierta desatención de la gente responsable de supervisar la edad de los chicos que sacaban su entrada con la esperanza de poder ver títulos “prohibidos” del tenor de La Naranja Mecánica, Rambo 2 o la mismísima Terminator. Y dependiendo del título en cuestión en general y de la portación de cara en particular, las chances de lograrlo solían ser bastante altas. A mí, por ejemplo, nunca me pidieron documento ni me obligaron a pegar media vuelta y volverme a casa masticando bronca. Supongo que tuve suerte. Ese año se programó una reposición de algunos de los filmes más emblemáticos de Alfred Hitchcock: entre ellos El tercer tiro, Festín diabólico (también conocido como La soga), Vértigo, La ventana indiscreta y Psicosis. De esas obras esenciales pude darme el gusto de ir al Gran Odeón a ver por primera vez Vértigo y La ventana indiscreta (mi película favorita del gran Hitch). Lo insólito es que Vértigo se programó en doble función con… ¡Duna, de David Lynch! Claro, compartían el mismo estudio (Universal Pictures) y distribuidora (UIP) pero ¿cómo conciliar semejantes diferencias entre ambas? Era imposible. Y sin embargo ése ha sido desde siempre uno de los atractivos más loables de estos mixes insólitos junto con la paradoja de que en repetidas oportunidades el título de relleno termine siendo mucho mejor que la atracción principal.
Concordia, 1985. Por ese entonces contaba con 13 años y el cine venía siendo mi principal interés desde que ingresara al colegio secundario. Cuando pegué el estirón y logré independencia de los adultos para ingresar a las salas mi vida dio un salto de calidad notable. De pronto tenía acceso a un mundo de magia y ensueño que le ponía un poco de color a una etapa personal que en otros aspectos no era precisamente la más feliz. Igualmente nada de esto hubiese sido posible de no existir –a diferencia de los años de plomo- cierta desatención de la gente responsable de supervisar la edad de los chicos que sacaban su entrada con la esperanza de poder ver títulos “prohibidos” del tenor de La Naranja Mecánica, Rambo 2 o la mismísima Terminator. Y dependiendo del título en cuestión en general y de la portación de cara en particular, las chances de lograrlo solían ser bastante altas. A mí, por ejemplo, nunca me pidieron documento ni me obligaron a pegar media vuelta y volverme a casa masticando bronca. Supongo que tuve suerte. Ese año se programó una reposición de algunos de los filmes más emblemáticos de Alfred Hitchcock: entre ellos El tercer tiro, Festín diabólico (también conocido como La soga), Vértigo, La ventana indiscreta y Psicosis. De esas obras esenciales pude darme el gusto de ir al Gran Odeón a ver por primera vez Vértigo y La ventana indiscreta (mi película favorita del gran Hitch). Lo insólito es que Vértigo se programó en doble función con… ¡Duna, de David Lynch! Claro, compartían el mismo estudio (Universal Pictures) y distribuidora (UIP) pero ¿cómo conciliar semejantes diferencias entre ambas? Era imposible. Y sin embargo ése ha sido desde siempre uno de los atractivos más loables de estos mixes insólitos junto con la paradoja de que en repetidas oportunidades el título de relleno termine siendo mucho mejor que la atracción principal.
Había visto el trailer de Duna y la promesa de una space
opera en la línea de Star Wars concitaba muchísimo mi atención. En el avance se
observaban efectos especiales de primera línea y escenarios alucinantes, mucha fantasía
e imaginación, y aunque no conocía ni la novela de Frank Herbert en la que se
basaba, ni a los actores (exceptuando a Sting… de quien no diría que es un
actor de todos modos) y menos que menos al director David Lynch, todo esto me
predispuso a pasar una noche de sábado inolvidable. Primero proyectaron
Vértigo. Debo confesar que la película me dio vuelta la cabeza (no por nada es
uno de los trabajos más complejos de Hitch) y estaba todavía tratando de
procesar su fabulosa historia cuando arrancó Duna. El entusiasmo no me duró casi nada. Entró
a mermar a medida que la trama avanzaba (digamos, para pecar de generosos) hasta
perderse por completo al promediar la función. De poco sirve la tecnología y la
perfección técnica si el espectador se queda afuera de la historia y la línea
argumental es tan errática como un electrocardiograma. La crítica y el público
que no suelen coincidir tan a menudo como se piensa dieron un veredicto unánime:
Duna era un fracaso absoluto. La producción de Dino De Laurentiis había
invertido 40 millones de dólares (cotejar con los risibles 6 millones de
Terminator, filme artística y comercialmente redondo), además de cuatro años de
rodaje y post producción que obviamente no se reflejaban en la pantalla. De
Laurentiis decretó la quiebra pero un par de años después volvió por los fueros
con su flamante compañía DEG y no dudó en producirle a Lynch su reconocida
Terciopelo azul. Con todo, un hombre coherente con sus ideas. Duna fue una
decepción, sí, seguro, pero lo que no me imaginaba era que el proyecto de
adaptar el premiado libro venía dando vueltas desde mediados de los 70’s por un
señor multifacético, chileno de nacimiento pero nacionalizado francés, que
responde al nombre de Alejandro Jodorowsky.
Alejandro Jodorowsky en El Topo (1970) |
La primera referencia de la Dune de Jodorowsky me llegó a
través de los fantásticos extras de la edición en DVD de Alien, el octavo
pasajero; y concretamente, por una entrevista al coguionista del filme de
Ridley Scott, Dan O’Bannon (luego director de esa obra maestra que es El
regreso de los muertos vivos), que en 1975 fuera contratado por Jodorowsky para
encargarse de los complejos efectos especiales que requeriría Duna. El
trasandino quería a Douglas Trumbull, el visionario técnico en el que confió
Kubrick para 2001: odisea del espacio, pero tras entrevistarse con él intuyó
que además de una vanidad mayúscula el especialista en F/X no poseía una mente
abierta y permeable a comulgar con los aspectos filosóficos y religiosos del
guión. Quiso el destino que en esos días viera Dark Star, la ópera prima de
John Carpenter. Allí, Jodorowsky descubrió al por ese entonces ignoto O’Bannon
y se convenció de que era el adecuado (conclusión en apariencia insólita considerando
la precariedad de esa producción clase B). Pero no quiero excederme en brindar
información que ya está en el documental. Baste decir que Jodorowsky -todo un
personaje asociado a distintos movimientos estéticos de los 60s y 70s cuando realizó
sus películas más conocidas como Fando y Lis, El Topo o La montaña sagrada- se
fue rodeando de artistas de enorme calibre en distintos rubros para la
concepción del proyecto a los que sedujo con su inteligencia, convicción y
carisma. Repasemos algunos de ellos: Michel Seydoux era el productor factótum
del que dependía Jodorowsky para materializar su sueño; para el diseño de
naves, personajes y escenarios fueron convocados los artistas Chris Foss, Jean
Giraud (más conocido como Moebius, el mítico dibujante de cómics) y el luego
celebradísimo H.R. Giger (creador del monstruo xenomorfo de Alien…); de ciertos
fragmentos de la música se encargarían los británicos Pink Floyd y los germanos
Magma; y algunos de los actores convocados que le habían dado el sí al
ambicioso realizador chileno incluían a gente tan heterogénea como Salvador
Dalí, Mick Jagger, Orson Welles, Gloria Swanson, David Carradine y Amanda Lear.
De semejante cambalache de nombres podía salir la mejor o la peor película del
mundo. Pero ya nunca lo sabremos…
Las tres películas que cimentaron el prestigio de Jodorowsky |
En 1976 Frank Herbert viajó a Europa y se encontró con un
panorama alarmante: de los 9.5 millones de dólares de presupuesto destinado a
la producción por todo concepto ya se habían evaporado 2 millones solamente durante
la preproducción. Pese al gasto desorbitante hubo un gran trabajo de los
ilustradores y diseñadores conjuntamente con Jodorowsky que armaron un libro
voluminoso donde se podía apreciar, además del guión, el detallado storyboard
de la película, complementado con los dibujos de los escenarios y el vestuario.
Estaba todo pautado en esta maravillosa guía que Seydoux mandó a imprimir para
que cada estudio de Hollywood reciba su copia. La idea del productor era
conseguir la financiación faltante en Estados Unidos y el libro era una
excelente carta de presentación. Nadie se atrevería a no tomarlos en serio
luego de apreciar tan magna labor. El problema es que aunque reconocían el talento
artístico allí aplicado las majors hollywoodenses miraban con desconfianza a
Jodorowsky y descreían de la viabilidad de una producción de ciencia-ficción,
género que no estaba de moda (el estreno de Star Wars un año después cambiaría
por completo la perspectiva de los mismos ejecutivos). Pese al esfuerzo de
todos los involucrados Dune fue perdiendo terreno, los artistas que se dieron a
conocer por el libro/guía fueron contratados por otros productores y parte de
lo hecho para Jodorowsky fue aprovechado por otros directores (Alien, el octavo
pasajero es el título más representativo ya que reunió a O’Bannon, Giger y
Foss). Tras cinco años de buscar fondos y de viajar constantemente tratando de
reunir al equipo más impactante de la historia del cine, Seydoux finalmente se
rindió y se retiró dejando inconcluso el proyecto. Jodorowsky quedó destrozado. Para él
Dune sería el legado de su vida, donde se resumirían todas sus inquietudes artísticas,
místicas, religiosas y filosóficas. Viendo el documental se trasluce que ese
sentimiento de pérdida inmensa sigue haciéndose carne en el ya octogenario director
que tras una larga ausencia del cine retomó lo actividad en 2013 con la
realización de la muy autobiográfica La danza de la realidad (estrenada en
Argentina recientemente). Ese año tanto este
filme como el brillante documental que Frank Pavich suscribiera sobre la figura
de Jodorowsky y el truncado proyecto de Dune se proyectaron en el Festival
de Cannes. Si bien nunca fue olvidado por los cinéfilos, este retorno a la
palestra del autor de Santa Sangre en pleno siglo XXI puede considerarse un
acto de justicia.
Portada del imponente libro con el arte de Duna |
Para su película Frank Pavich entrevistó a todos los
sobrevivientes del proyecto. Mucha gente por desgracia dejó de pertenecer al
mundo de los vivos: además de los más obvios como Dalí y Welles -que ya eran
grandes para cuando fueron convocados- hay que lamentar la desaparición física
de Dan O’Bannon en 2011 (aparece su esposa dando testimonio) y de H.R. Giger en
2013. No obstante, la entrevista más importante por
motivos lógicos es la del omnipresente e incomparable Alejandro Jodorowsky que
en definitiva es la que justifica la visión de este trabajo. Mechando
caprichosamente el español con un inglés tarzanesco, el chileno desborda de
pasión e inteligencia mientras narra con minuciosidad todo lo acaecido mientras
se mantuvo al frente de esta frustrada aproximación al universo literario de
Frank Herbert. Una que hubiese merecido otra suerte. Solamente las anécdotas
que cuenta sobre Dalí y Welles convierten a Jodorowsky’s Dune en una
experiencia imperdible donde es tan importante el mensaje como el mensajero (de
un histrionismo de a ratos hilarante). La hora y media del filme pasa volando
de la mano de un hombre que logra transmitir con éxito al espectador muchas de
sus características personales: profundidad, sofisticación, agudeza intelectual
y una seducción que brota naturalmente toda vez que exista un interlocutor
dispuesto a escucharlo.
Poster del soberbio filme |
Jodorowsky tal como aparece en el documental de Pavich |
En Jodorowsky’s Dune se recrean lo que habrían sido
algunas escenas animación mediante, se informa sobre las particularidades
estilísticas que pensaban llevar a cabo desde la puesta en escena, se da cuenta
de las idas y venidas con los actores en distintos puntos del planeta, se
rememora con resignación la dura batalla para conseguir la financiación con un
profuso anecdotario, y como coda se
explicita cuáles son las obras de Hollywood (muy populares todas) que
resultaron influenciadas por el trabajo del chileno y su equipo. Algo
increíble, diría que sin precedentes, para una producción que nunca llegó a
realizarse. Es terrible que se haya desperdiciado tanto esfuerzo pero como no hay mal que por bien no venga gracias a esa desgraciada
sucesión de eventos es que hoy podemos disfrutar de una película fascinante. La
única condición es que te guste el cine. Conozcas la filmografía de Jodorowsky
o no, esta es una cita de honor que moviliza, divierte y te hace pensar que
hubiese sucedido de haberse plasmado. ¿Una genialidad?, ¿una bizarrada?, ¿un
poco de cada cosa? Qui lo sa pero es maravilloso poder elucubrar
nuestras propias teorías al respecto.
Trailer de Jodorowsky's Dune (2013)