Dicen
que no es bueno vivir anclado en el ayer. Esa tendencia a querer revisitar viejas
épocas -amparados quizás en aquella máxima que asevera que “todo tiempo pasado
fue mejor”- encuentra un terreno más que fértil entre los nostálgicos
inveterados que se la pasan mirando para atrás entre suspiros por lo que ya no
está, y resignación por las malas vibras que proyecta un presente que jamás
estará a la altura de tantas expectativas. Cualquier cosa puede ser objeto del
deseo para un nostálgico: llámese cine, música, literatura, videojuegos, etc. Hace poco se conoció un documental -asequible en Netflix aunque como alternativa también se puede bajar de
internet- sobre lo ocurrido con el videogame de la película E.T. El
Extraterrestre que tras fracasar comercialmente durante muchos años fue
señalado como uno, sino el mayor responsable, de llevar a la quiebra a la
mítica empresa Atari. Detrás y delante de cámaras se ubica un laburante del
cine, el habitualmente guionista y en ocasiones director Zak Penn (responsable
de adaptar unos cuantos cómics a la pantalla grande: Hulk y los X-Men, entre
ellos) quien cuenta con otro documental interesante como antecedente: Incident at Loch Ness (2006). Financiada por Microsoft, Atari: Game over (2014) es el manifiesto de amor de un Penn tan entusiasta por el
tema como algunos de los personajes que van desfilando a lo largos de los
concisos 66 minutos que dura la obra. Veamos por qué es recomendable tan
atípico proyecto.
40 dólares costaba el cartucho de E.T.
La
pasión es el combustible que nos mueve a los seres humanos. También lo hacemos
por inercia, seguro, pero ¿cuánta más convicción transmitimos si nos apasiona
la actividad que estamos realizando? No hay punto de comparación.
Es evidente que Atari: Game over fue hecha sin pretensiones
comerciales, se sobreentiende que la idea no era lucrar con un producto que
tampoco es de impacto masivo y apunta específicamente a un target de cierta
edad aunque tampoco hay que descartar la presencia de las nuevas generaciones.
Quienes tal vez no vivieron el momento histórico que refleja la película pero
son del palo y demuestran su afición en muchos de los testimonios que recogió
Penn. En lo personal debo confesar que nunca fui un voraz consumidor de los
juegos de videos. Recuerdo que me prendía de cuando en cuando con las máquinas de Arcade;
luego descubrí y me divertí con la novedad del ColecoVision durante un par de
temporadas pero al promediar el secundario mi experiencia como gamer
prácticamente había llegado a su fin. Las computadoras me parecían algo de otra
galaxia y mi conocimiento de las mismas se limitaba a reconocer su existencia.
Tras ver Juegos de guerra en el verano de 1984 también me quedó claro que
podían convertirse en un arma mortal… y en un material fílmico de primera
clase. Por cierto WarGames, del subvalorado maestro John Badham, es un
thriller portentoso muy logrado y que expone maravillosamente la época en que
fue rodada. De ese mismo período data la serie Los chicos de la computadora (Whiz kids),
otro título de culto que más de uno evocará con una sonrisa. Y eso por no
mencionar a Tron o El último guerrero espacial que por ese entonces fueron
vanguardistas en su tratamiento visual y el desarrollo de los efectos visuales
por computadora. Pero basta de dispersión, a la conclusión que quería arribar
es que no soy probablemente el espectador que tenía en mente Penn al plasmar su
documental; y sin embargo, y aquí hay un mérito suyo enorme, logró emocionarme
como al geek más entendido y fanatizado. La clave de Penn reside en el
exitoso proceso de involucrar al público con la gesta que lo impulsa: la
búsqueda en un basural de gigantescas proporciones de un enorme lote de cartuchos
del juego de E.T., que fueron allí enterrados como si se tratara de un pecado
que había que ocultar de la atención pública y sepultarlos lejos de todo. Para
llevar adelante semejante misión Penn se rodea de especialistas que incluye a
ingenieros, diseñadores de videos (no podía faltar Howard Scott Warshaw, el creador del mentado y
“maldito” juego), ex empleados y ejecutivos de Atari y empresas rivales, y fans
acérrimos que se enteran de la movida y se trasladan hasta la locación de Nuevo
México donde consideran que Atari enterró a E.T. para brindar lo que podría
denominarse apoyo moral. Hasta el intendente de la ciudad da el visto bueno para
que Penn y su equipo se aboquen a la búsqueda de esta suerte de Santo Grial
para los gamers de los 80’s. No cuento si lo consiguen o no, sólo que el final
es inmensamente emotivo como jamás creí posible en una narración de este tipo.
Zak Penn, otro nostálgico irredimible...
Si
bien el hecho puntual que inspira a Penn es la excavación en pos de los
cartuchos de E.T., no por eso el hombre se desentiende de los rudimentos
básicos de todo buen documental y se ocupa de darle un contexto a su obsesión.
Por eso hay un adecuado desarrollo de cómo surge Atari, su pináculo y
decadencia, con entrevistas a la gente del medio que fueron testigos de los
inicios, de los primeros triunfos, del furor comercial a principios de 1980 y
el lento declive cuyo epicentro muchos asocian justamente con el fiasco que
representó el juego de E.T. Uno de los atractivos que le encuentro a la
película es la intriga que plantea la premisa: ¿se trata de una leyenda urbana,
un simple mito transmitido de boca en boca, o acaso la existencia del lote
enterrado tiene algún viso de realidad? En este punto vale una aclaración: aquí
se habla de Atari pero lejos está Penn de querer suscribir la versión
definitiva sobre la misma. Insisto, detrás de todo hay un misterio que durante
lustros mantuvo a toda una legión de fans enfrascada en debates eternos y que
gracias a la impresionante tarea de Penn por fin encuentra un cierre a tanta
especulación y teoría conspirativa. Seguramente Atari: Game over no es un gran
documental pero sí uno con el que podemos identificarnos y disfrutar como
hijos de la cultura popular que somos.
Trailer de Atari: Game over